martes, 24 de febrero de 2009

Eso es Cartagena...

Crónica y Fotos: Fernando Pinilla

La noche es casi embriagante, un fuerte aroma a salitre invade la sensibilidad de mis sentidos, pero no solo los básicos, aún uno que se lleva profundo en el alma, el del sentimiento patrio, el orgullo de sentirse identificado plenamente con lo que te rodea, sencillamente en ti hay un pedazo de aquel lugar. Cartagena de Indias se erige gloriosa sobreviviendo el embate de hambrientos piratas sedientos de poder, de siglos de historia que aún resuenan con fuerza en sus calles, en las sombras que proyectan sus muros al ocaso. Aun vive el esplendor que la llevó a ser el puerto más importante de la corona Española. Un esplendor que se mezcla con la vorágine del siglo XXI, con un modernismo que contrasta con las fachadas escondidas en las viejas murallas que un día le sirvieron de protección, y que hoy día, la conservan apacible, alegre y bohemia; una atmosfera que seguro en pocos lugares del mundo se puede conseguir.

Cartagena es una perla como aquellas que tanto protegieron sus muros, es una pieza de oro, como las que los más altos sistemas de seguridad resguarda el museo del oro Zenú cerca de la plaza de Bolívar. Su bahía se muestra inmensa y majestuosa, las imágenes de sus calles se hacen conocidas. Marbella se extiende kilómetros bañando con un mar recio toda su costa, con un mar lleno de historia de rumor de cumbia. Como dice la canción: “paseando su soledad, por la playas de Marbella, yo te vi cartagenera, luciendo tu piel morena….”, la misma cartagenera que hoy se pasea silenciosa, que hoy recorre tanto la ciudad histórica como la nueva urbe, con esa misma cadencia que hace más de medio siglo inspiró aquella canción.

La entrada a la ciudad histórica es un puente dimensional, es la frontera entre lo fantaseado, y la certeza de estar viviendo una realidad. Tres arcos te reciben, y te recuerdan su historia, el principal del centro, por donde entraron las personas con poder y riquezas por siglos, y el de la izquierda la gente humilde, la carga de alimentos y los tesoros que se llevaban a este fortín estratégico de la corona española. La tercera entrada de la derecha según explican, fue incluida varios siglos después. La torre del reloj con su iluminación nocturna te da la bienvenida y tras pasar por ella comienza la experiencia de estar caminando por la historia, por lagrimas y risas, por ilusiones, ambición, odio, amor.

Cartagena ha albergado de todo. Historias de amores imposibles, fiestas, reinados de belleza pero quizás el lado más oscuro de la historia de la religión católica, esa mancha que lleva con vergüenza: la santa inquisición. Cartagena a diferencia de hoy en día, era sinónimo de tormento para aquellos que encontraban en ella muertes atroces en manos de perversos hombres que en nombre de la fe, saciaban, sus más bajos instintos. Hoy sus calles son ejemplo de alegría, son miles los turistas y hasta estrellas que la recorren ajenos muchas veces a su pasado.

Sus cocheros invitan a enamorar a una bella muchacha, el ritmo es acelerado, pero no cansa, Cartagena te recibe, con rumores que me son conocidos, pero en su más pura expresión: la cumbia, el mapalé, el vallenato, se entremezclan caprichosamente con boleros sones cubanos y cualquier canción que desees escuchar.

Quizás el lugar más famoso, la Plaza de Santo Domingo que descansa al pie de la iglesia del mismo nombre, te recibe con los brazos abiertos, la sonrisa de las personas que atienden los locales de esa inmensa terraza te invitan a sentarte, a disfrutar de una cerveza o cualquier trago que se te antoje arrullad, por una brisa juguetona, por un calor que no ahoga sino caliente el corazón, y un aroma, que te invita a soñar y desear que el reloj se detuviera en el tiempo.

Sus calles muchas laberínticas estas llenas de casonas antiguas, edificios republicanos y casas coloniales donde perderse no es motivo de alarma, sino de excusa para recorrerla, para pasear entre vitrinas de famosos diseñadores, como Hernán Zajar, Silvia Tcherassi, o sencillamente tomarse algo en la Vinoteca, la bodeguita del Medio, Donde Fidel, Pacos o cualquier rincón bohemio al que hay que entrar, sentarse y sencillamente disfrutar olvidándose de los relojes y calendarios.

Personajes pintorescos, sencillos y amables te hacen enamorarte cada vez más de la ciudad. Maradona, pero no el famoso jugador de futbol argentino, sino el guacharaquero de un conjunto vallenato que se dedica a cantar los más hermosos cantos del folklor vallenato en la Plaza de Santo Domingo, es uno de los miles que puedes encontrar en Cartagena.

La mañana en Cartagena tiene un aroma y sabor especial. Sabor a fritanga cartagenera, arepa e huevo, carimañola, y cualquier pedacito de tentación lípida de la que puedas antojarte. Sus calles amanecen apacibles y transmiten una increíble sensación que te grita silenciosa que podrías encontrar sin ningún esfuerzo al doblar por alguna esquina a algún viejo hidalgo, o por qué no, a un aterrador pirata que seguro camina aletargado así como se ocultan las ultimas sombras de la noche, sin embargo todo es una ilusión, la misma que te llena de alegría y que te hace tararear viejos boleros como el ya casi olvidado, e inmortalizado por la voz de José Luis Rodríguez: Cartagena.

Definitivamente parece detenida en el tiempo, sus habitantes caminan a un ritmo desacelerado muy diferente al ritmo que viven las grandes urbes, por eso invita a recorrerla, a salir también de sus muros y buscar aquellos rincones y monumentos que aun esperan como lo han hecho por siglos para ser admirados, para contar el milagro de su existencia.

El convento de la Popa, es sin duda un lugar para llegar y sentarse por horas, la sola vista de Cartagena vale el tiempo que se emplea en subir. Una panorámica magnifica donde la ciudad parece una hermosa miniatura, muestra el viejo fortín y las paredes que desde la altura solo se asemejan a líneas grises que recorren la ciudad. Sin duda, la paz que se respira recuerda la misma que dentro de sus muros debieron haber experimentado sus primeros habitantes hace siglos atrás.

El fuerte de San Felipe de Barajas por su parte inspira un respeto y gran admiración, sus murallas, sus asfixiantes y sofocantes túneles nos hacen imaginarnos aquellos momentos donde la supervivencia debe haber sido casi nula, donde el deber valía mas que la propia voluntad, aunque hoy solo sea un vago recuerdo que se anida y se refugia sin querer morir, en lo más profundo de la inexpugnable fortificación.
Estar en sus murallas, garitas, o sencillamente ver el tricolor patrio ondear con fuerza mueve fibras del alma, aquel sonido que llena de orgullo, el sonido de la patria perdida que te cubre y que se enmarca en aquel cielo azul que sirve de telón a esta bella ciudad.

Nombrar cada uno de los lugares que se deberían visitar antes de poner un pie fuera de la ciudad de Cartagena sería casi imposible, sencillamente para resumir, me bastaría con decir que una semana no es suficiente para conocer a la Heroica, ella merece una actitud respetuosa y rendirle el tributo de descubrirla, de conocerla y enamorarse de ella.

Dejar atrás cada uno de sus monumentos o pintorescas esquinas, evocan un dejo de nostalgia, el mismo que se siente caminando por la plataforma de las ballestas en la parte de las murallas que caminan de forma paralela a las playas de Marbella, en las que al ocultarse el sol se llena el pecho de un sentimiento, de una necesidad de quedarse estacionado por más horas, de seguir recorriendo el viejo corralito de piedra que seguirá sus luchas una y otra vez, quizás ya no contra piratas ni embates de la avaricia de reyes de lejanos países de Europa, sino la simple necesidad de no quedarse, de no desaparecer y no perder la esencia que hace de Cartagena ese lugar indescriptible, esa patria chica, ese orgullo para sus habitantes y visitamtes, esa esencia a cumbia, mar, esperma y ron, eso es Cartagena y mucho más.

…Minarete, fulgor de mosquete,
caprichoso arete tallado en cristal.
Serenata que olvidó un pirata,
alfanje de plata, sueños de coral.